En el Festival de Blues de Béjar 2014

16 julio 2014

Festival de Blues de Béjar

Oooh, yeah… Estoy de blues hasta ahí, hasta ahí mismo. Y tan feliz.

Vengo del XV Festival Internacional de Blues de Béjar. Lo mejor: el ambiente general en el  pueblo. Se respira música. Muchas jams en los bares, te encuentras por el pueblo a los artistas que tocan el festival, echas una parrafada… esas cosas. En fin, que se respira ambiente de música de verdad, de músicos.

Lo peor: que existan los móviles. Mejor dicho: que existan gilipollas con móvil. Es imposible ver un concierto normalmente sin que se plante alguien delante de ti con los brazos extendidos y el móvil entre las manos al grito de: «es solo un minuto, ahora me quito». También meto dentro de lo peor cierto engreimiento que he detectado en los músicos. Me refiero a los músicos de Madrid de los que te hablo más adelante. Igual es que yo soy muy susceptible, quizás. Toco blues, soy de barrio del Sur de Madrid, voy a Chicago a grabar y me codeo con los negros. Apártate, que paso. Anda, chaval, a mamarla.

Gov’t Mule, al margen de gustos personales, es un grupo muy profesional, son muy buenos músicos, saben lo que hacen. En directo no son tan cabezones como en disco. El concierto fue muy guitarrero, pasajes largos y buenos y una versión del Cortez The Killer de Neil Young de 15 minutos inolvidable. El pobre Warren Haynes esperando a que el público respondiera «Cortez, Cortez» en el estribillo y ahí no respondía ni Cristo. Yo no podía, tenía un cigarrillo en la boca.

Lucky Peterson tocaba semanalmente en el garito al que yo iba en mi visita a Chicago. Otro profesional. Y el epítome de showman afroamericano. Soul, Gospel, Blues, R&B, hubo de todo. Baja del escenario guitarra en ristre, se revuelca por el suelo, se levanta y camina 50 metros sin dejar de tocar hasta que llega a la barra y le ponen una cervecita… Dos guitarras, dos teclados, saxos y trompetas, abrasador, de alto voltaje. Imposible no disfrutar.

Kenny Wayne, un tipo de Nueva Orleans. R&B estilo Fats Domino. Le faltaba chicha, le faltaba voz, no me gustó, muy convencional en todo. Tocaba con un tal Bob Stroger («soy el blues», decía el tío), a quien confieso no conocer. Bob Esponja, como le llamaba alguno del público a voz en grito, tiene 80 años. Es un viejecito delicioso. Pero el hombre ya no está para subirse a un escenario.

Lazy Lester. No está para tocar. Nació en 1933. Me pasé todo el concierto rezando a algún Dios por ahí para que no le dé el jamacuco en el vuelo de vuelta. No creo que tenga hijos, no le dejarían subirse al avión. O eso, o los tiene y esperan heredar.

Luego había una fisiculturista de Texas. que como te meta una hostia te parte a la mitad. Carloyn Wonderland. Quería ser Janis Joplin pero no le salía ni a tiros, claro.

Y al resto ya no los vi. Preferí irme a beber al garito de blues que hay en Béjar antes que escuchar el ethno-jazz de una tal Ester Rada y la cosa rara esa que hacen los Corizonas. Me siento mayor y cansado para ethno-jazz. Una cosa que no me gusta de estos festivales. La ausencia de sentido crítico. Hablas con la gente, con el público en general o incluso con algún músico de blues de Madrid y el discurso es infalible: todos son leyendas. Todos son la reputa hostia p’arriba. Todos se salen. No es así, hombre, no es así. Como el tal Bob Stroger y como el cual Kenny Wayne hay 200 solo en el estado de Mississippi. Y el doble en Luisiana. Lo he visto, lo he visto.

Tanto Kenny Wayne como Bob Stroger no tocaron con su banda. Tocaron con unos chicos de Madrid, un tal Quique Gómez (armónica, voz) y Eduardo no sé cuántos (un pavo con aspecto de ser repartidor de butano en Fuenlabrada y que es igual a Joe Strummer solo que con coleta. Toca la guitarra de puta madre el manostijeras este). También había otro guitarra italiano, Luca Giordano, bastante bueno. Estaba famélico el tío, la doliente anemia. Le hubiera invitado a un rissotto, pero me sopló 15 euros por su disco así que el rissotto se lo tendrá que cocinar mamá. Hablé un buen rato con esta gente, han grabado un disco en Chicago, viven en Chicago a temporadas, viajan por Mississippi, por los pueblos perdidos. Son unos pirados del blues. Aunque solo sea por eso, de puta madre. Por otra cosa no va a ser porque el disco es malísimo.

Felix SlimEl surrealismo vuelve. Había un bluesmen gaditano tocando por los bares. Felix Slim. Tocaba folk blues, estilo Snooks Eaglin, Willie McTell. Tocaba rags, cantaba en inglés. Entre tema y tema levantaba una copa y decía al camarero «pisha, ponme otro cafetito de estos». El cafetito era tintorro. Se trasegaba su tintorro y atacaba un rag.

Felix Slim – Cele’s Rag (Midtown Blues, 2014)

ciruja


El tío Charlie de Marc Ansin

23 noviembre 2013

Marc Ansin es un fotógrafo de Brooklyn. Tiene esa clase de estilo que algunos llamarán «pasado de moda» pero que, parándose a pensar las cosas, es el estilo fotográfico que mayor cota de impacto consigue, el estilo que consigue que te acojones. Ese acojone cuya receta secreta conocen algunos fotógrafos y que consiste en no querer apartar la vista de unas imágenes desagradables. Que, por muy desagradables que sean, incita a mirarlas hipnóticamente y pensar. Pensar mucho. Conseguir todo eso a día de hoy, a día de la verdadera saturación de imágenes, es situarse por encima de la media.

Marc Ansin ha publicado un libro llamado Uncle Charlie. Durante 30 años ha seguido a su tío Charlie y ha documentado de forma sobrecogedora el descenso al infierno del tal Charlie. El proyecto empezó en 1981. Marc Ansin, buscaba un tipo duro, un simple tipo con tatuajes, un callejero que ejemplificara lo que al propio Marc le hubiera gustado ser. En ese punto de partida comenzó a retratar a su tío Charlie y a su familia.
30 años más tarde y un montón de fotografías por el medio, el círculo se cierra. El tío Charlie ya no es el tipo duro. El tío Charlie está en el infierno.
Así que ya os queda clara la moraleja: dejad de esnifar pegamento en el parque y poneos a estudiar de una puta vez, por favor. Haceos funcionarios, por ejemplo. O profesores de primaria, también vale profesor de primaria.
Dejo unas fotos. Relato de un batacazo.

ciruja


Charlie Parker que no estás en los cielos

22 febrero 2013

Una cosa es segura respecto a Parker: carecía del más elemental sentido común. Suele ocurrir con los genios. La falta de juicio le impulsó a llevar una existencia autodestructiva, es cierto. Pero, al mismo tiempo, esa independencia, esa irrefrenable impulsividad, convirtieron a Parker en uno de los más grandes músicos de la Historia. Y no me refiero sólo al jazz. De haber tenido juicio, de ser conformista, se habría limitado a preguntar a su profesor de Kansas, Alonzo Lewis, cómo tocar jazz. Éste, sin duda, le habría contestado que el jazz ha de tocarse tal y como lo hacían los «padres» del género: en pocas tonalidades, sólo las más fáciles para los instrumentos de viento. Pero esa pregunta nunca existió. Alguien había dicho a Parker que existen 12 tonos, uno por cada una de las teclas blancas y negras de un piano. Así pues, ¿por qué no utilizarlos todos para tocar jazz? Parker se empeñó en aprender los diversos tonos y escalas; los grabó en su memoria, incluso las escalas menos frecuentes en el jazz.

Pero no solo de tonos, escalas e intervalos se nutría el genio. En su fonógrafo portátil repetía una y otra vez los discos de su admirado Lester Young. Aprendió sus solos nota a nota, conoció la forma en que Lester sostenía las notas para dotarlas de mayor swing, también asumió su «falsa digitación», mediante la cual era posible hacer surgir la misma nota desde distintas posiciones de los dedos, lo que permitía tocar una misma nota con diferentes efectos de cualidad y textura. Charlie Parker vivía para su instrumento, el saxo alto.

Evidentemente, sus ansias por innovar no podían hacerse efectivas en el seno de las big bands de los años 30, empeñadas, salvo excepcones honrosas (hey Duke!), en reiterar melodías y cambios de acordes prefabricados y aptos para el baile. Pese a ese corsé que suponía tocar en una big band, su cabeza era un semillero de nuevas ideas. Él mismo lo explica mejor que nadie: «una noche estaba tocando en un establecimiento de chiles picantes situado en la Segunda Avenida. Era en diciembre de 1939. Estaba aburriéndome con las variaciones estereotipadas que llevábamos haciendo todo el tiempo, y me puse a pensar que había que llegar más allá. Esa noche, mientras tocábamos Cherokee, descubrí que estaba utilizando intervalos más agudos como linea melódica y que lograba enlazarlos mediante variaciones de acordes adecuadas. A partir de ese momento conseguí tocar lo que llevaba cierto tiempo escuchando en mi cabeza. Me sentí vivo».

Todavía se mantuvo algunos años más como músico a sueldo de big band, pero la revolución era ya imparable. Pronto trabó amistad con otros jóvenes transgresores que trataban de encontrar su estilo propio fuera de su trabajo en las bandas. Dizzy Gillespie, Kenny Clarke, Monk, Bud Powell y el propio Parker crearon el nuevo jazz en las madrugadas del Minton’s Playhouse, un garito de poca monta situado en pleno Harlem que todos ellos gustaban frecuentar para organizar las famosas jams en las que primaba todo el ideario musical de Parker: improvisación, velocidad, polirritmia y agresividad. Así, casi sin proponérselo, un puñado de monstruos alumbraron la música más maravillosa que se pueda imaginar: el be-bop.

El gran Louis Armstrong perdió una buena oportunidad de mantener su enorme boca cerrada cuando, ante el ascenso imparable de esta nueva generación, afirmó: «…hablo de todos esos jóvenes excéntricos de la calle 52. Ellos quieren ganar dinero prioritariamente y les importa un bledo la música. Uno escucha esas armonías extrañas que nada significan y pronto se cansa porque no puede recordar la melodía y no se puede bailar sobre el ritmo. Nosotros (refiriéndose al jazz tradicional de los 20 y 30’s) estaremos aún ahí cuando hayan caído en el olvido. Serán barrenderos de las calles mientras que nosotros comeremos bogavante en el Negresco».

Charlie Parker. Heroinómano, alcohólico, bulímico. Genial, innovador, virtuoso. Tal vez el hecho de escuchar hoy a Parker no produzca las mismas sensaciones que hace 50 años. Tal vez, quienes se acerquen a él por vez primera piensen que no hay nada novedoso en su música, que es lo de siempre. Que eso sea así no se debe a cosa distinta que la tremenda influencia que Parker ejerció en todos los jazzmen posteriores. Desde Rollins a Adderley, pasando por Coltrane, todos ellos se han inspirado en Bird y han asumido su lenguaje.

Nunca apareció en la portada de un gran periódico, nunca apareció en producciones de Holywood, nunca, ni una sola vez, grabó para un sello discográfico de renombre. Ahora, 60 años después, es fácil hacer las reverencias. Es fácil inaugurar bustos en su recuerdo. ¿Verdad, alcalde de Kansas? Encima tan feos como éste.

Charlie Parker – Lover Man (Complete Dial Sessions, 1947)

ciruja


Otis Rush y la rumba de Chicago

4 agosto 2011

Otis Rush

Tras la Guerra Civil Estadounidense y la abolición de la esclavitud, las factorías del norte se beneficiaron de la mano de obra barata que desde los estados sureños afluía en abundancia al reclamo de las sirenas de las fábricas. Chicago, por ejemplo, pronto albergó una densa población de personas que estrenaban ciudadanía. Dentro de aquella masa de afroamericanos, cómo no, hubo quien trasladó el blues desde la cuenca del Mississippi a la gran urbe. Alrededor de aquella música rural, interpretada hasta el momento con instrumentos acústicos y baratos, empezaron a zumbar motores de explosión y los músicos enchufaron sus instrumentos para hacerse oír, acaso también para hacer acallar las sirenas. Con el beneplácito de la audiencia, individuos como Willie Dixon, Muddy Waters o Howlin’ Wolf (pero son muchos más) sentaron las bases de lo que hoy consideramos un estilo, dentro del género blues.

El zurdo Otis Rush nació en 1935 en la Philadelphia del Mississippi (Neshoba County), en una familia de granjeros. Más aficionado a la música que al campo, pronto aprendió a tocar la armónica y la guitarra, también a cantar en coros religiosos. En 1949 se trasladó a Chicago, donde según la leyenda confirmó su vocación escuchando en directo a Muddy Waters. Siete años después de su llegada a la ciudad, Rush consiguió meter el intenso I Can’t Quit You Baby entre las diez principales de la lista de éxitos de R&B, segregada entonces de otras listas de éxitos populares. Semejante pieza de expresionismo afroamericano estableció a Rush como uno de los principales arquitectos del estilo en cuestión, el blues de Chicago, tanto por su excitante forma de tocar la guitarra como su torturada (y en absoluto torturadora) expresión vocal.

Son muchos los especialistas insufribles que han intentado explicar por qué Rush no ha alcanzado el éxito de ventas de luminarias del género como B.B. King, colocándole desde sus inicios la etiqueta de «lo tiene todo para el éxito». Unos asignan mayor o menor influencia a factores como la suerte, el destino, los hados, la inopia de la multinacional Capitol Records (1) o la propia idiosincrasia del sujeto (en concreto, cuando se habla de Rush se hace siempre referencia a la depresión). Otis Rush sigue a lo suyo, por ejemplo, tocando blues a ritmo de rumba.

Otis Rush – All Your Love (I Miss Loving) [Essential Collection: The Classic Cobra Recordings 1956-1958]

(1) En 1971 Otis Rush grabó para el sello el estupendo Right Place, Wrong Time. De forma inexplicable, el disco fue archivado durante cinco años, hasta que la discográfica independiente Bullfrog se hizo con los derechos para su publicación.

Vineshoot


Un momento, que la están peinando

10 abril 2011